domingo, 14 de noviembre de 2010

Suicidio delirante

Los sesos rebozan de obscura sangre entre sacos que pesan sobre su cuerpo. De la siembra que cosechan, nacen arbustos secos de opaca madera. Su flora violácea derrama un aroma que se funde entre la blanca neblina que se mueve y ciega la vista. Su negra tierra humeda está deseosa de enterrar en ella, un cuerpo sudoroso, agonizante, a punto de estar en proceso de pudrición, con el simple objetivo de esta cabeza, inventar un cementerio con hedor a flores y cadáveres para acudir frecuentemente y evadirse de su mundo de ácidos colores que agobian su corazón.
Así todo, juntamente, ese cuerpo quiere crear el ambiente perfecto donde reposar su escuálida estructura, donde fallecer entre la belleza de su oculta imaginación. Ella se imagina llevando un vestido blanco de una tela transparente que se impregnará entre la roja sangre y la negra tierra y las grises piedras, para poder contrastar su clara tez y piel desnuda, sus plásticos labios pintados de negro, sus ojerosos ojos y córneas irritadamente ardientes.
Más aún, quiere destacar su expresión moribunda, trágica, con sus ojos abiertos y pupilas dilatadas, que narran al mundo un dolor tan grande e insoportable que producen una molestosa angustia que se clava en tu pecho. En su cara puedes ver claramente que su alma a muerto, que ya no cree en nada, ni en la felicidad ni en la filosofía, ni en la vida ni en la realidad; la tristeza la absorbió tanto que ya no puede escapar de su dulce sabor, no puede escapar de sus ansias de muerte, ni de su placer del dolor. ¿Y por qué quiere desaparecer de esta forma? ¿Por qué quiere dejar una huella fatalmente hermosa? ¿Por qué anhela caer al vacío que cree que sin lugar a duda en la muerte va encontrar? A lo mejor será por que su vida ya no le vale, su vida ya le cansó y se canso de creer en lo que ve y siente en su exterior, se canso de crear mundos que la alejen de la realidad, en aplicarse el dolor para olvidar. Por eso, por última vez en su mente, crea este mundo definitivo únicamente para expirar su último aliento antes de clavarse la corroída y afilada cruz en su cuerpo y agonizar placenteramente en su idealizado paisaje que de su pensamiento nació.